Cuento
Rolando García de la Cruz
Un
día, mientras jugaba en el patio de mi casa, vi a mi abuela cortar algunas
flores del jardín, entonces, le pregunté: —Abuela, ¿por qué cortas esas flores?
Ella me respondió: —Se las llevaremos a tu abuelo. —¿A mi abuelo? —interrogué—.
Pero ¿Si él ya no vive?, ¿cómo se las podremos llevar? —Aunque tu abuelo ya no
esté con nosotros, él nos ve desde el cielo; él verá las hermosas flores que le
dejaremos en su lápida, en el cementerio —Afirmó—. Esa tarde, mientras subíamos
la calle rumbo al cementerio, mi abuela me pidió que comprara una veladora; luego
que la compré, le pregunté: —¿Para qué es la veladora? Ella me dijo que era
para que mi abuelo alumbrara su camino, como lo hacían las estrellas en el
cielo.
Algunos
años después conocí a Amalia, una hermosa chica de quien quedé prendado una
tarde de mayo, cuando ella sacaba agua del Pozo de la Garza; pasé en mi caballo
Brioso, le sonreí, y como respondiera a mi gesto, me quedé platicando con ella.
Tiempo después no hicimos novios. A ella le fascinaba mirar las estrellas del
firmamento, algunas veces subíamos a la cima del Cerro del Jazmín y observábamos
las estrellas brillar, las contábamos y les poníamos nombre, todo era bello a
su lado, hasta que estalló la
Revolución.
Recuerdo
que una noche mi padre nos dijo a mi hermano Heliodoro y a mí, que nos íbamos
con él y tres de mis tíos para apoyar al General Vicente Herrera, yo me asusté
un poco y salí a despedirme de Amalia, quien no me soltaba, me llenaba de besos
y, mientras lloraba, me pedía que no me fuera. Caminamos varios días por los
montes de Las Cazuelas entre las tropas del General, pero en el Palmar nos cayeron
los porfiristas y se armó una gran escaramuza; pero al final logramos detener
su marcha a Papantla; dos días después nos informaron que un grupo más fuerte
había penetrado por la zona de San Pablo y estaban causando estragos en el pueblo.
Todo el ejército del general Vicente se dirigió rápidamente hacia allá, cuando
entramos al pueblo por la
Cruz Chiquita , nos sorprendió ver tanta gente que se había
levantado en armas, un niño andrajoso con su perro canelo corrieron a nuestro
encuentro y llorando nos dijo:
—¡Han
tomado al pueblo y mataron a mi padre!
Galopamos
al centro de la ciudad, pasamos por el Pozo de la Garza , todas las casas
estaban destruidas, muchos cuerpos tirados en las calles; cuando estábamos próximos
al parque, nos recibieron con una lluvia de balas, tuvimos que bajar por la
calle de la Casa Trueba ,
subimos por la del Mercado Hidalgo y les caímos por la parte de atrás de la
presidencia; logramos matar a muchos, otros escaparon, algunos cayeron prisioneros,
los metimos en la Arena
Márquez que habilitamos como nuestro cuartel.
En
cuanto me vi libre corrí hacia el Cerro del Jazmín a casa de Amalia; todo
parecía desolado, encontré más muertos en las calles, subí con mi caballo
Brioso y cuando llegue a la cima, observé tristemente que la casa de Amalia había
sido incendiada. Busqué entre los escombros pero no había ningún cuerpo, corrí por
el patio, a lo lejos vi una mujer sentada en el suelo llorando, cuando me
acerqué pude ver con horror que en sus brazos sostenía a un niño con la mitad
del cuerpo quemado. Caminé como zombi, se me fueron las fuerzas cuando vi a una
niña muy pequeña que lloraba mientras trataba de levantar el cuerpo de su padre,
le decía: —Despierta padre… tengo miedo.
Sentí
un gran nudo en la garganta al ver esa escena, el padre estaba muerto.
Tomé
a la niña entre mis brazo y la llevé conmigo; seguí buscando a Amalia, bajé
entre los matorrales y me estremecí al ver un cuerpo junto a un árbol, me
acerqué, no podía creer lo que estaba viendo, era Amalia en el suelo, todo el
cabello le cubría la cara, dejé a un lado a la niña, me hinque junto al cuerpo
de Amalia, la tomé entre mis brazos y la puse en mi regazo, le quité el cabello
de la cara, le di un beso en sus hermosos labios, mis lágrimas mojaron sus
pálidas mejillas, lloré amargamente hasta que no me quedaron más lágrimas en
los ojos, luego escuché llorar a la niña, miré a mis espaldas y la atraje a mi
pecho, ambos nos sentíamos solos, miré al cielo y vi brillar las estrellas, era
una noche clara, la luna nos iluminaba.
De
repente, la dulce voz de Diana me despertó, la escuché decir: —Padre, en un par
de horas tendremos que ir al cementerio, ya tengo todo preparado.
Me
levanté algo desconcertado, se cumplía un año más de la masacre en el pueblo. Después
de darme un baño, salí con ella rumbo al cementerio. Cuando llegamos, Diana sacó
las flores, prendió las veladoras y las puso sobre una lápida de mármol, se
sentó en ella, me tomó las manos y me dijo: —Padre, cuéntame de mi madre. Sentí
un estremecimiento y dije: —Se llamaba Amalia, era tan bonita como tú, ahora
está en el cielo y desde allá nos ve… Miré al cielo, las estrellas brillaban en
todo su esplendor, me levante lentamente, Diana me seguía, regresamos a casa en
medio de la noche.
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